sábado, 18 de abril de 2009

Patíbulo

El original de este texto fue escrito el 27 de diciembre de 2003

El pueblo era pequeño, y la plaza mantenía la misma proporción. A pesar de ello, una ejecución siempre es algo que despierta la curiosidad, el miedo, y al mismo tiempo la fascinación, y era ese el motivo de que a pesar de ser pequeño, el gentío se agolpaba por todos los rincones del mismo.

El patíbulo, también simple y de reducidas dimensiones, destacaba, no obstante en la diminuta plaza como si de un auténtico gigante se tratase… recia madera, tratada de forma rústica por el carpintero, sin detalles ni florituras.

La noche aún era cerrada, y faltaba para el amanecer, pero la gente ya estaba arremolinada para tener una buena vista, y las antorchas proyectaban una luz balbuceante que hacían de la pequeña plaza un lugar aún más tétrico si se pudiese.

Yo, el verdugo, ya lo tenía todo listo, y sólo esperaba la señal del juez para enfundarme el capuchón y salir a efectuar mi triste cometido.

Unos interminables minutos, tal vez horas… la espera era tan insoportablemente tensa para mí como para el reo… A lo lejos el canto del gallo coincidió con la primera claridad del orto en el horizonte, que ya anunciaba que pronto llegaría el nuevo día, y con él, yo sesgaría una vida.

El juez dio la orden y yo tomé lo necesario tras colocarme el capuchón que imponía miedo y respeto, pero al que a mí sólo me traía vergüenza.

Subí al patíbulo entre lo vítores de los presentes, como si de un héroe se tratase, como si tuviese que estar orgulloso de cuanto iba a suceder, y de lo que yo iba a ser tan protagonista como el reo…

No lo conocía, pero cuando salió, no aparentaba más de 20 años. ¿Qué crimen se puede cometer para tener que perder la vida?. Lo que para mí eran vítores y saludos de héroe, para él se tornó en gritos, insultos y pedradas. La gente no sabía por que iba a ser ejecutado, pero eso no era importante, lo importante es que iba a morir alguien.

Cuando se situó ante mi, tan sólo me miró. Él sabía que yo lo tenía que hacer y no me reprochó nada en su mirada, pero tampoco me perdonaba que fuese yo, precisamente yo, quien le arrebatase su vida, justo cuando iba a comenzar a vivirla.

Los alguaciles les fueron despojando y preparando… los clérigos le daban consuelo y perdón… el sólo miraba al horizonte, supongo que como yo, intentando que llegase la hora de lo inevitable para terminar con aquello. Mientras la parafernalia tenía efecto, la concurrencia entraba en un autentico frenesí, exaltando todos y cada uno de aquellos movimientos en los que el reo estaba más cerca de terminar su vida.

Cuando los primeros rayos de sol rompieron la línea del horizonte, el condenado ya estaba preparado. La noche anterior le habían afeitado la parte posterior de la cabeza, lo que le dejaba el cuello perfectamente visible. No habría sido necesario esperar hasta el amanecer, pero la tradición de beber por el alma del reo hay que estirarla lo más posible para que el tabernero saque buenos dineros que compartirá con el concejo.

Por fin, los alguaciles le colocaron en posición, y antes de arrodillarse, me volvió a mirar, y como ya sucediese, su mirada indiferente ni me culpaba ni me perdonaba. Si acaso me hacía una pregunta que no iba dirigida a mí. ¿Por qué? Yo no supe la respuesta.

Se arrodilló, le colocaron la cabeza en el recio tronco cortado de encina a tal fin, y él se dejaba hacer…

La muchedumbre guardó un sepulcral silencio, y hasta los animales se quedaron expectantes, durante unos interminables instantes.

Levanté el hacha y no pude impedir que mis lágrimas inundaran mis ojos, sintiendo la vergüenza de que yo fuera más culpable de lo que iba a hacer, que él por lo que hizo.

Una vez pude fijar la vista en su cuello desnudo, tan sólo tuve que dejar caer el hacha afilada encima y la cabeza se desprendió del cuerpo como la fruta madura cae del árbol.

La cabeza rodó un par de metros y tuve que ir a recogerla. El cuerpo cayó como el plomo sobre el cadalso guardando la misma posición en la que el reo había mantenido su último instante de vida.

El auditorio asistente a tan tétrico espectáculo, rompió en gritos de satisfacción como si una orquesta se tratase esperando la orden del director.

Recogí la cabeza e intenté obtener una última mirada de perdón en los ojos de aquel desdichado. Miré allí y en lo profundo de si mirada, aún se atisbaba la vida que se le escapaba, ya de modo inexorable, y por un instante, antes de arrojar la cabeza al cesto, creí ver el reflejo de la muerte, pero no de la del ajusticiado, si no la mía propia.

4 comentarios:

  1. ¿Por qué pones algo tan antiguo, del 2003? No escribes mal, bien por ti. Suerte.

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  2. Un ajusticiado es un muerto que carga con la hipocresia de otro

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  3. Vaya Buho has cambiado el look y encima estas con un relato que me ha encantado..

    y te hago una proposición..

    quieres, te apetece que te subarrende mi blog y me envias algún relato y lo publicamos en la Mirada, con tiempo, pues sabras que tengo lista de espera...ajajaja

    es cierto..

    si te apetece ya sabes mi correo y me lo dices

    este en concreto es de lujo me ha encantado..

    un besazo muy fuerte viejo lobo

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  4. Hola Buho, vengo a darte un abrazo, sí, y precisamente por lo bello de tu comentario en mi Mirada, un comentario así de verdad que merece la pena seguir haciendo poesía, que al fin es una especie de catarsis sobre la propia vida.. me encantan que te gustara..

    y me gusta que de vez en cuando, cuando puedas me hagas una visita como los viejos amigos en la vida real y no de redes

    te deseo felicidad.. de corazón a corazón..

    gracias ..

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